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En las tardes azules de verano...

Poder.

Poder. Ciudad de México, 1909. Una delegación de indios de la provincia de Morelos llega a la capital para una audiencia con el presidente, Porfirio Díaz. Los indios, visiblemente intimidados ante la presencia del dictador, le expresan finalmente sus quejas: el gobierno de Morelos les ha quitado sus tierras por la fuerza, y ya no tienen donde sembrar. Díaz les promete llevar el asunto a los tribunales si los campesinos pueden probar que son los auténticos propietarios de los campos y se comprueban los límites de estos. Así, el presidente da por zanjada la cuestión y la audiencia. Sin embargo, al alzar de nuevo la vista, descubre asombrado que todavía hay un campesino en la sala que no ha hecho el menor ademán de irse. Le pregunta lo que ocurre, y el indio responde que ningún campesino ha ganado nunca un caso en los tribunales, y que les será imposible comprobar los limites de sus tierras , pues hay hombres armados en ellas que se lo impedirán. Díaz, algo irritado, responde:
- Hijos míos, soy vuestro padre, vuestro protector, soy de vuestra sangre. Tened paciencia.
A lo que el campesino replica:
- Con permiso, señor presidente, hacemos el pan con trigo, no con paciencia.
Ante las palabras insolentes y la actitud desafiante del indio, Porfirio Díaz le pregunta como se llama. Luego coge la lista de nombres de los campesinos presentes en la audiencia y rodea con un circulo el apellido del tipo que le ha contestado: Zapata.
Años más tarde, la revolución ha triunfado, Porfirio Díaz ha tenido que exiliarse a Paris, y el que fuera el más bravo cabecilla de los campesinos en armas, Emiliano Zapata, es ahora un general aburrido al que Pancho Villa encomienda resolver los típicos asuntos burocráticos de tiempos de paz. Un día, Zapata recibe en audiencia a toda una delegación de campesinos de Morelos. Los indios le expresan sus quejas: el hermano de Zapata, también general, les ha quitado sus tierras por la fuerza.
Emiliano les promete ocuparse de ello en cuanto pueda, pero uno de los indios insiste en que ellos no pueden esperar. Zapata, irritado, contesta:
-Soy un campesino como vosotros. Confiad en mí.
A lo que el campesino replica:
-¡Si eres como nosotros, debes saber que la tierra no espera!
Ante las palabras insolentes y la actitud desafiante del indio, Zapata le pregunta como se llama. Luego coge la lista de nombres de los campesinos presentes en la audiencia y rodea con un circulo el apellido del tipo que le ha contestado.
Solo en ese momento recuerda y, asqueado, abandona aquel lugar para volver con su pueblo.
Esta historia se me ha antojado siempre la mejor definición posible sobre el concepto de poder. Cualquier político es, en el mejor de los casos, el antiguo compañero de armas dispuesto, pluma en ristre, a dar debida cuenta de un insolente que se atreve a importunarle con reivindicaciones lejanas, muy lejanas ya. Supongo que lo peor del poder no es que corrompa: simplemente te hace olvidar.
La historia que he contado, como casi todas las buenas historias, es seguramente falsa. Forma parte del guion escrito por John Steinbeck para la magnifica película “Viva Zapata” (1952), de Elia Kazan.

1 comentario

Ardid -

muy buen ejemplo en verdad... yo creo q el poder envicia, por muy bueno q se sea en el fondo...