La tormenta.
Afuera la noche bramaba sobre el enorme espinazo de las montañas y los asaltos del viento, que se oían de lejos, rodaban cuesta abajo a lo largo de las grandes hendiduras de los valles. Después, las primeras gotas se precipitaron y abrieron agujeros como quemaduras silbantes, gotas violentas y pesadas golpearon los árboles, las piedras y la tierra, que con los huesos dislocados, hundidos y rotos, con la piel abierta, escupía sangre y gritaba de dolor.
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Ardid -